El transporte público como
derecho ciudadano, como derecho a la ciudad.
Pensando
en la Cumbre Urbana...
Por
Frank Molano Camargo
En
ciudades como Bogotá, la mayoría de los habitantes, trabajadores formales e
informales, estudiantes, amas de casa, desempleados son
"tránsito-dependientes". Es decir dependen exclusivamente del
servicio público de transporte masivo para llegar a sus hogares, empleos, o
instituciones educativas.
Sin
embargo, siendo la mayoría en el sistema de transporte, son los que no tienen
ningún tipo de representación directa en las decisiones que se toman sobre la
ciudad y las políticas públicas urbanas.
Este
poder de hacer transporte en la ciudad, lo han tenido históricamente los
empresarios del gremio, los políticos asociados a estos gremios y sus negocios
de concesionarios, seguros, bombas de gasolina, etc. y por su puesto el Estado,
sus ministros, alcaldes, secretarios de transporte.
No
obstante una discusión pública en la que tenga voz principal el usuario del
derecho al transporte, más allá del día sin carro y sin moto, o del debate
mediático de la "mala cultura ciudadana" ante quienes no pagan el
transmilenio, o el debate acerca de si el metro nos hace una metrópoli del
siglo XXI, está buscando un escenario propio.
Algunas
experiencias de derecho al transporte y derecho a la ciudad, pueden ser
inspiradoras y servir como referente.
En
1996 en la ciudad de Los Angeles-California, una organización denominada
Sindicato de Pasajeros, logró que la autoridad de transporte de esa ciudad
fallara a su favor e hiciera una reparación histórica a los
"tránsito-dependientes". Baja en el precio de transporte público,
aumento de buses y su frecuencia 24 horas del días, siete días a la semana,
exigencia de sistemas ambientales de transporte, lucha por la restricción al
uso del auto o la moto particular, han sido producto de campañas como
"billones para los autobuses", más buses menos policia (en una ciudad
caracterizada por la brutalidd policial),
El
sindicato de pasajeros de Los Ángeles, además del activismo por el derecho al
transporte, ha logrado vínculos con la academia, así como la producción de sus
propias investigaciones sobre este asunto, encontrando que para esa ciudad, las
políticas del transporte público masivo han estado construidas desde una
historia de desigualdad racial y ambiental, que no considera seriamente las
necesidades de transporte urbano de las comunidades negras, a su vez las
comunidades más pobres de la ciudad. Todo esto llevó a la organización del
sindicato y a mantener desde entonces una actividad de movilización,
investigación y logros, también derrotas y retrocesos.
Una
hipótesis de trabajo para ciudades como Bogotá es que el sistema de transporte
público masivo ha sido construído históricamente agudizando la desigualdad
social y territorial y la criminalización del "tránsito-dependiente".
Por ejemplo esas campañas moralistas de los "colados" en transmilenio,
no indagan por las implicaciones socio-económicas que están en la base de esa
actitud: el cambio socio-económico en las formas de transportarse para los
sectores populares. "Antes podía negociar con el conductor, -me lleva por
mil-, o nos lleva a los cuatro por dos mil", dicen quienes ejercían esas
prácticas, personas bajo o cero ingreso, estudiantes, trabajadores informales,
pero ahora la obligatoriedad del pago de $1.700 pesos, incrementa el gasto, de
manera exponencial, para quien debe hacer varios recorridos diarios, asuntos
que las campañas ciudadanas, moralistas y criminalizadoras no pueden explicar.
De
acuerdo la solución no puede ser poner la vida en riesgo, colarse, comprar
moto, etc. El asunto es como democratizamos el transporte y lo asumimos como
derecho.
El
cambio en la modalidad del transporte y el paso al SITP, si bien tiene
potencialmente aspectos positivos, no ha buscado atacar problemas históricos de
justicia social y espacial, baja en el precio de la tarifa, tarifa diferencial,
regularidad e intensidad de recorridos.
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